Un joven indocumentado había dormido en la calle varias noches, hasta que alguien le dirigió a Renacer. Tenía el aspecto y la actitud de la angustia, la desconfianza y el temor, como el que siente en primera persona el abandono y la derrota. El colaborador encargado de atenderle le animó a sentarse. Con un trato cercano y familiar, buscó relajar a aquella persona de la inseguridad y precariedad, que parecía impedirle expresarse. Cabizbajo dijo: “Me llamo Óscar y no sé qué decir”. “Hola Óscar. Si quieres te puedo ayudar”, dijo su interlocutor. Levantó un poco su mirada y  asintió con la cabeza. “Óscar ¿tienes familia?”. La pregunta pareció conmoverle y, con semblante triste, comenzó a desgranar su dolorosa historia.

“Cuando yo tenía tres años mi madre se suicidó. Me enteré más adelante, que ya se habían suicidado otros tres de su familia, debe ser por algo psíquico hereditario”, comentó, como tratando de dar una explicación a ese trágico acontecimiento y a su dramático destino. “Dejó una carta para que menores se hiciera cargo de mi hermana cuatro años mayor que yo y de mí, pues nuestro padre era alcohólico y nos maltrataba. Así que  nos llevaron a un centro de menores de  monjas, donde estuve hasta los 16 años. Con la ayuda de la Xunta me fui a vivir con mi hermana a un ático alquilado en Lugo. Bajo la tutela del centro de menores, autorizaron a mi padre  a llevarnos a su casa algún fin de semana y durante esos días sufrimos malos tratos, sobre todo ella, que me lo contó ya de mayor. Mientras viví con mi hermana estuve trabajando algo de peón en las obras, pero a edad de veinte años me alisté en La Armada y allí estuve hasta los veintinueve años. Mi hermana se puso muy mal de los nervios. Ella había sido para mí la madre que había perdido y no soporté verla tan mal. En el ejército me pasaron por un tribunal médico y me dijeron que no podía seguir. Lloré mucho por eso y por mi hermana. En el ejército yo era feliz tenía donde vivir y donde ayudar, además fui en un barco escolta del yate de los reyes. Pero me quedé sin nada. Me fui a vivir con mi hermana a casa de mi abuela materna. Ella nos quiere mucho: de pequeños, cuando mi padre llegaba borracho y nos maltrataba, mamá escapaba con nosotros a su casa, aunque no podíamos estar mucho tiempo para evitar problemas, pues la abuela también era una mujer maltratada. Como mi hermana estaba en tan mal estado psíquico, yo no soportaba verla así  y me  fui de casa de la abuela. Anduve por muchos sitios, me puse a trabajar y viajar con los de las atracciones de feria. Y aunque no ganaba casi nada, estaba con ellos ayudando, pero eso también se me acabó. Ahora no sé qué hacer, mi hermana está internada en un centro en Bilbao y creo que va mejor”.

Jose Pernas y OscarAnte la dura realidad vivida por Óscar, el interlocutor de Renacer, conmovido, se levantó de su silla y le pidió un abrazo, porque quería mostrarle su apoyo y solidaridad. Óscar lo agradeció, además con una sonrisa y el reconocimiento a la persona que le había ayudado a hablar. Como no era necesario cargar con más injusticias del pasado, había llegado el momento de centrarse en el presente: “¿Has cenado, Óscar?”.  “Si, antes de atenderme usted, me llevaron a cenar al comedor que tienen aquí”.  “¿Tu abuela ahora con quien vive?”.  “Con una prima mía”. “¿Te gustaría ir a verla?”. “Eso sería lo mejor que pudiera pasarme, pero no tengo dinero para ir hasta allí”. “Nosotros podemos ayudarte, pero hoy te quedas en uno de nuestros hogares para que puedas descansar y mañana te acompañamos a la estación de autobuses y te sacamos el billete, ¿te parece?”. “¿Si, de verdad? Gracias, gracias, muy bien, muy bien, gracias”.

Aquel muchacho triste y huidizo ahora se mostraba sonriente y cercano. No dejaba de dar abrazos a los colaboradores que le acompañaron a la estación que le dejaron un mensaje: “Óscar, ahora tienes aquí también a otros miembros de tu familia, si nos necesitas algún día, vuelve, aquí te estaremos esperando”. Emocionado por el cariño recibido, dijo: “Me habéis tratado muy bien, cuando más lo necesitaba”. También quiso que publicáramos este encuentro, como ejemplo de todo lo que se puede ayudar con solo acercarse un poco al otro. Hasta siempre Óscar, gracias por hacernos sentir que vivimos en una sociedad en la que todos nos necesitamos.

Óscar
Pásalo!
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